sábado, 18 de enero de 2014

Funeral Party.

Era la mejor fiesta de fin de curso que habían hecho... o así era como la había clasificado todos los asistentes. El viejo gimnasio ya no lucía como tal, ya que gracias a los voluntarios que ayudaron con la decoración, lucía ahora como una antigua sala de baile estilo barroca. Al igual como las que tenía el Palacio de Versalles según el libro de historia.
La música, aunque no estaba al gusto de todos los asistentes, era lo suficientemente buena como para que algunas tímidas parejas comenzaran a bailar. Por no hablar de la comida, lo cual habían contratado un gran catering para la ocasión.
Pero lo mejor de la fiesta fue sin duda alguna las oportunidades que brindaba. Como la oportunidad que tenía esa tímida chica que utilizaba gafas para salir con aquel compañero de clase tan guapo. O como la oportunidad que ofrecía aquel chico que quería declararse a la guapa animadora y no sabía como hacerlo. Y por supuesto la gran oportunidad de pasar la última noche del curso con los compañeros de instituto antes de tomar las riendas de la vida y partir definitivamente hacia el camino adulto.
Entre tanta diversión y alcohol, nadie sospechaba que una persona que no estaba invitada aquella noche, deambulaba por entre los alumnos sin ser vista. Y sólo hizo falta un cortocircuito para que hiciera su trabajo. Una jodida chispa hizo que la caja de fusibles ardiera en llamas y que por consiguiente, todo el gimnasio estuviera envuelto en llamas en menos de cinco minutos.
Y lo que parecía ser una gran fiesta de graduación pronto se convirtió en un caos. Las personas corrían de aquí para allá tratando de salvar sus vidas. Todas excepto una. La única invitada con la que nadie contaba, se paseaba pacientemente entre el caos, esperando hacer su trabajo mientras observaba a la gente gritar bajo el filo de su guadaña.
Al final y para suerte de todos, la fiesta de graduación fue las más memorable que se había hecho en años. Y no fue por la maravillosa decoración o el gran catering que había. Esa noche y para desgracia de todos, la fiesta fue recordada por el gran trabajo que había hecho la muerte al llevarse a casi todos los alumnos que se graduaban esa noche.
A casi todos menos a una. Eleanor, la única alumna de bachillerato que no había asistido a la fiesta por culpa de un virus estomacal, se encontraba ahora tumbada sobre su cama mientras sostenía entre sus manos una foto.
Un trozo de papel el cual reflejaba el último recuerdo que compartiría con su novio, su amigo, su alma gemela, su todo.  De repente unos golpes secos interrumpieron sus recuerdos.
_ Adelante .
_ Eleanor, cielo, no puedes seguir lamentándote por la muerte de Edgar_ Dijo la intrusa que había entrado a su cuarto mientras se acercaba hacia ella.
_ Tú no lo entiendes... mama... Nadie lo entiende... Si aquella noche no le hubiera dicho que se fuera a la fiesta sin mi, ahora estaría aquí conmigo.
_ Pero mi amor, tú no sabías lo que iba a ocurrir. Además ya han pasado seis meses, deberías pasar página.
Eleanor se giró bufando.  Ya estaba cansada de oír siempre el mismo discurso. Un discurso cargado de palabras vacías y que no la ayudaba en nada. Molesta por escuchar durante tanto tiempo la voz de su madre, se levantó de la cama y cogió su abrigo.
_ ¿Adonde vas?
_ No lo sé... ¿pero acaso importa?.
Y sin esperar una palabra por parte de su progenitora, Eleanor salió a la calle. Comenzó a caminar sin rumbo fijo mientras el frío de Noviembre comenzaba a calarse por sus huesos. Anduvo durante largo rato hasta que se detuvo delante de un lugar concreto.
Un lugar el cual estaba marcado por la tragedia de aquella noche y en el que ahora, sólo quedaba algunos escombros calcinados como recordatorio.
Eleanor anduvo entre ellos, preguntádose una y otra vez porque él y no ella, hasta que decidió sentarse en medio de lo que un día fue un gimnasio. Y mientras lloraba por la pérdida de la persona que fue la más importante para ella, sacó de su bolsillo un pequeño bote con pastillas.
Era medicina que le había recetado el psiquiatra del hospital en caso de que no se encontrara bien, y ahora parecía ser el momento perfecto para usarla. Destapó el pequeño bote y se tomó una, pero como no se sentía bien del todo, decidió tomarse otra... y luego otra... hasta que rota por el dolor se tumbó en el frío suelo cubierto de cenizas, cerrando sus ojos del color de las aceitunas.
_ ¿Qué haces ahí tumbada?.
Eleanor abrió sus ojos de repente al recordar a quien pertenecía la voz. Una voz que no había escuchado desde hacía seis meses.
_ ¿Edgar?... Pensé que estabas...
_ ¿Muerto?... No seas ridícula, ya ves que sigo vivo. Por favor levántate del suelo, todos te están mirando _ Sonrió el chico mientras le tendía una mano. _ ¿Te apetece bailar?.
La chica sonrió después de mucho tiempo y tomó la mano de su amado mientras se unía a la fiesta, perdiéndose entre la multitud formada por sus compañeros de instituto.
Los restos del incendio desaparecieron como en un mal sueño, dejando paso a un  gran gimnasio con una magnífica decoración, digna del palacio de Versalles. Y todos los alumnos bailaban en silencio, al ritmo de la canción que en aquel momento sonaba. Y todos los malos recuerdos que tenía Eleanor respecto a la muerte de su novio, se marchitaron y desaparecieron de su memoria.
_ Edgar te quiero tanto... prométeme que nunca más me dejarás sola.
_ Te lo prometo... Te prometo que siempre estaremos juntos...para el resto de la eternidad _ Susurró para después sellar la promesa con un tierno beso.
Días después la policía encontró el cuerpo sin vida de la joven Eleanor entre los escombros del incendiado gimnasio. Al parecer y según el informe de la policía, había acabado con su vida al ingerir un bote de pastillas.

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